LOS MINIBIOMBOS DE ANTONIO SAMUDIO
El biombo ha sido, históricamente, un mueble decorativo pensado para dividir y delimitar grandes espacios. Calado o pintado, alcanzó jerarquía artística en Asia, el mundo árabe, Europa y las culturas precolombinas mesoamericanas. Su atractivo es tal, que artistas como Francis Bacon, Ellsworth Kelley, Roy Lichtenstein, Jim Dine, David Hockney y Francesco Clemente han concebido y pintado biombos, apartándose del cuadro de caballete tradicional. En Colombia, Antonio Samudio se ha sumado a ellos, pero con el humor que lo ha caracterizado siempre.
Como consecuencia de haberse entregado durante milenios a satisfacer los encargos de iglesias y cortes palaciegas, las artes plásticas han tenido un cariz solemne y serio. El italiano renacentista Archimboldo, con sus rostros compuestos de hortalizas, liberó la pintura del yugo de la seriedad. El Bosco y el surrealismo prolongaron y enriquecieron la tendencia. En Goya y Munch, el humor es negro. En los colombianos Botero y Samudio, en cambio, figuras y gestos están concebidos para hacernos sonreír.
Por ser un humorista, Samudio pinta minibiombos. Ha despojado los grandes biombos de su funcionalidad, mas no de su belleza. Sin abandonar la estética, Samudio entiende y practica el arte como juego. El dibujo es preciso; la composición, rigurosa; el color, denso. Este último es uno de los aspectos más personales de su ya extensa obra. En lugar de basarse en el círculo cromático que se enseña en las escuelas, ha desarrollado la técnica de combinar colores brillantes con negros, grises y tierras, logrando gamas sombrías, pero vívidas. Pone en sordina, con la paleta, los fastos de una imaginación irreverente y por fortuna siempre feliz.
La felicidad, ligada al regocijo, es el tema fundamental mas no único de Antonio Samudio. Para expresarla, pinta escenas de la vida cotidiana. Vemos en sus cuadros lo que todos nosotros hacemos. Samudio sitúa a sus personajes en la sala o en el comedor, en la alcoba o asomados a la ventana, a solas o acompañados. Aunque no los muestra haciendo cosas extraordinarias, estamos ante imágenes que superan los límites de lo ordinario.
El carácter narrativo de su obra deriva del cómic, pero no al modo de ingleses y norteamericanos como Hamilton, Warhol y Rosenquist, centrados en lo grandioso, excepcional, publicitado y heroico, propio de los personajes bellos y famosos. Samudio, por el contrario, ha escogido ser antiheroico. De allí que recurra al tono menor que supo derivar de Morandi. Nada fuera de lo común sucede en sus pequeños cuadros, realizados con un pie en la guasa y otro en la ironía. El resultado es un realismo-otro, de sobreentendidos que suscitan la sonrisa.
Samudio coloca y al mismo tiempo descoloca personajes, pero también vasijas, árboles, casas y paisajes. Los coloca en el sentido de la normalidad que experimentamos y los descoloca para crear una nueva e hilarante situación. A veces parece bordear el surrealismo, pero está lejos de caer al precipicio. Sus temas parten de lo concreto y no de lo onírico, para permanecer en lo concreto. La atmósfera grisosa y las libertades que se da al componer, son la base del giro que introduce para crear su propio mundo.
En los espacios del universo samudiesco, los senos femeninos pueden alinearse en una mesa y tener consistencia de manzanas, los fieles de una iglesia se tocan y acarician al desmayarse en pleno rito, jarras y jarros pueden caer, pero también subir, y los pequeños biombos de esta exposición no son biombos y por supuesto que lo son. La frase anterior no enumera soluciones comunes a toda la obra, sino casos particulares que son ilustrativos de un lenguaje basado en la contundencia del trazo, de la mancha y de la luminosidad particular de cada cuadro.
El desparpajo propio del cómic ha contribuido a definir el estilo del pintor, pero no estamos en presencia de un artista Pop al modo de los años sesenta, aunque su obra se iniciara en esa década fecunda. Lo popular, propio de las historietas, ha entrado a la pintura de Antonio Samudio por la puerta de lo risueño y alegre. Su paradigma no es el solemne y confusamente imitado dibujante de Supermán, sino el humorista argentino Quino, homenajeado en uno de los minibiombos de la presente exposición.
-Álvaro Medina