Bajo el nombre de este alcaloide, presente en diferentes tipos de flores y que se usa como un facilitador de crímenes, Nicolas Beltrán agrupa un conjunto de piezas que tienen en común el uso serial de la pintura frente a las dinámicas del cuerpo, el deseo y la identidad queer.
Un principio central de toda la exposición es el descentramiento de la mirada, que se materializa en las obras mediante la fragmentación de la unicidad pictórica, que introduce una secuencialidad temporal en las imágenes. En términos subjetivos, la mirada solía considerarse como la experiencia de una persona que mira, pero gracias a los argumentos psicoanalíticos se puede comprender como la experiencia de un sujeto que es mirado. Dentro del arte, ese segundo caso es la experiencia del espectador.
Hay 2 metáforas que se han empleado para analizar el espacio en la pintura, que son la profundidad y la superficie. La primera que se ha anclado en distintos contextos de interpretación relacionándose con diferentes corrientes estilísticas en el último siglo y mediante el concepto de ilusión, asimila los efectos interpretativos de la perspectiva, pero que los llega a desbordar en la medida en que involucra el juego perceptivo que configura tanto el espacio pictórico como la incertidumbre intelectual que produce en el espectador. La superficie a su vez, nos recuerda todos los desafíos a las convenciones estéticas propuestos por las distintas vanguardias artísticas, que intentaron en gran medida identificar la pintura con su soporte material, y que buscaron que los cuadros fueran comprendidos en la misma dimensión lógica que los demás objetos del mundo.
Las piezas que conforman la exposición Burundanga recurren simultáneamente a estas 2 concepciones espaciales, dado que cada pieza por separado se construye a través de la idea de ilusión pictórica, pero la dimensión serial en que se inserta y la manera como se sitúa en el espacio involucra un reconocimiento del carácter superficial tanto de sus soportes como de la pared.
Al conformar cada obra por una serie de piezas se hace visible una dimensión del tiempo que al seguir una secuencia de gestos permite imaginar el cuerpo realizando un determinado acto. Sin embargo, para el espectador también genera un determinado recorrido por el espacio de la sala que vincula su propia experiencia corporal. El recorrido alrededor del cuerpo de una mujer trans genera una secuencia de pinturas muy delgadas, que parecen sugerir que este cuerpo está siendo visto por una rendija, pero la obra irrumpe en una esquina de la sala en forma de semicírculo, desdoblando lógicamente la intromisión de la mirada y devolviéndola al espacio del espectador.
En los otros conjuntos de piezas se exploran partes del cuerpo masculino asociadas al deseo en términos queer, que fundamentalmente están centradas en expandir el campo de la pintura basándose en el cruce entre unicidad y serialidad, y que se complementan en una relación activa con el espacio acercándose a la práctica de la instalación. De esa manera, se trata de imágenes que hacen referencia tanto al espacio de proyección intrínseco a cada obra en donde reconocemos un cuerpo desempeñando una acción. como a la capacidad de los espectadores de proyectar sobre esos cuerpos fantasías, deseos y expectativas culturales.
-Jaime Cerón