Estar familiarizado con la obra de Antonio Samudio (Bogotá, 1932) es reconocerla por su singular lenguaje pictórico, por la constancia en la representación particular e inconfundible del mundo que lo rodea. Junto a la fisionomía de los personajes retratados, que resultan casi máscaras, una suerte de seres clonados, destaca el uso del color: colores planos, porosos, que remiten a siglos de tradición pictórica. Dentro de este universo propio, se despliega la mirada aguda y retadora, el humor de varios colores, la crónica y crítica ácida a una sociedad solapada que el artista representa bajo su óptica. Con cercanía y distancia a la vez, desde la comedia y el drama que van de la mano, asistimos al teatro de la vida cotidiana, al que vemos y al que no vemos, al de delante y al de atrás. En este zoológico humano, encontramos a la mujer como figura esencial, ubicua, en la obra del artista.
La exposición El tiempo de las mujeres abre el telón a espacios pictóricos y narrativos en los que las figuras femeninas tienen voz. Su propia voz, que no es sólo la del artista, porque ellas están ahí, delante nuestro y nos hablan. Si realizamos un ejercicio de escucha profundo oímos sus susurros: “voy de salida”; “tómese un té conmigo”; “no sé si esta luz me favorece”; “¿le gusta mi pinta?”; “me pisaron el orgullo y quedé con un ojo morado”; “mire cómo ejerzo mi libertad sexual”; “no sé por qué me muestra así, maestro”. La voz de Samudio es la del pintor con alma de cronista, de dramaturgo que procura el espacio, los colores, el humor, la cotidianeidad, las siluetas recortadas sobre fondos planos, los momentos escogidos, los gestos, los senos al aire, el erotismo. Hay voces compartidas entre las figuras y el autor, diálogos entre bambalinas. Hablan con las manos, con la mirada, con el estar. El tiempo que Samudio dedicó a observar cada detalle, a darles cuerpo y alma en la quietud y el silencio, es el tiempo de las mujeres; hoy cobra aún más relevancia porque es el tiempo que vivimos.
- Caridad Botella