Desde el primer plano, Nacer Ruina se presenta como una herida: una geometría fracturada que abre grietas entre nacimiento y caída. No es una contradicción, sino una advertencia. Una posibilidad. Una forma de estar en el tiempo desde la fractura.
Las obras inéditas que Rodrigo Echeverri presenta en esta exposición, aunque nuevas, emergen cargadas de historia: no como cita ni como homenaje, sino como latencia material. El uso del granito y la técnica del terrazo —elementos asociados a la arquitectura institucional, a lo monumental, a lo que se quiso eterno— las sitúa en tensión constante entre lo que se erige y lo que comienza a descomponerse.
En el corazón de la muestra, un conjunto de elementos repetidos y modulados interrumpe la neutralidad del espacio expositivo. La disposición de estas formas —geometrías caídas, exentas de función, más próximas al cuerpo que al monumento— propone un recorrido en el que el espectador no solo observa, sino atraviesa un campo de fuerzas. Lo que aparenta un sistema revela su inestabilidad; lo que sugiere orden se inclina hacia el colapso. Ya no se trata de contemplar lo construido, sino de habitar su desmoronamiento. Aquello que alguna vez fue signo de permanencia yace ahora horizontal, en contacto con el suelo, como si la caída fuese condición necesaria para imaginar otra arquitectura: una que no sostenga el poder, sino lo cuestione desde la base misma.
En dirección paralela, desde la abstracción geométrica, Echeverri no busca evocar formas puras ni evadir el contexto. Por el contrario, su trabajo encarna la condición que el teórico estadounidense Alexander Alberro identifica: la abstracción latinoamericana no responde a un modelo universalista, sino que surge desde un “tiempo discontinuo” en el que lo moderno no se clausuró y continúa siendo un terreno en disputa. En esta clave, la geometría en Nacer Ruina no representa progreso ni orden: es una geometría erosionada, melancólica, impregnada de memoria e inestabilidad.
La exposición cuestiona la noción que considera la modernidad un asunto cerrado, un capítulo superado. Las formas aquí reunidas —precisas, silenciosas, materiales— no pertenecen de manera exclusiva ni al futuro ni al archivo. Habitan un presente fracturado, donde origen y colapso convergen. Lo moderno aparece como ruina naciente: no en clave romántica de lo perdido, sino como indicio persistente de que todo lo sólido, incluso en su génesis, ya contiene la marca de su fragilidad.
En estas obras, lo abstracto no es neutro. Es un lenguaje que rememora, que pesa, que insiste. Y que, lejos de significar ausencia de historia, nos enfrenta a su carga ineludible.
-Elías Doria