En los últimos años la obra de Dagoberto Rodríguez se ha concentrado en entidades de magnitudes tan opuestas como los huracanes o las moléculas minerales. Vista en perspectiva, esta oscilación en sus intereses creativos no refiere tanto a una cuestión de escala, sino al atractivo que sobre él ejerce el principio del caos y la necesidad de la estructura.
En acontecimientos como una explosión o una catástrofe natural el caos suele estar envuelto por un halo de fascinación y miedo. A menudo el enigma de lo caótico se convierte para Rodríguez en una interpelación directa a su inquietud por explicar(se) las cosas, pero también responde a su necesidad de capturar pictóricamente situaciones desbordantes.
Rodríguez se aproxima al caos con una mirada estructuradora que opera desde el juego. Seguida de su interés inicial por sucesos como los huracanes, surge la irremediable pregunta por la aproximación. Existen, en efecto, infinitas maneras de plasmar un hecho tan estremecedor como un huracán y es entonces cuando Rodríguez elige una perspectiva macro: pintarlo en su totalidad, capturarlo todo. El artista se decanta por las imágenes satelitales como punto de partida. En los huracanes de Rodríguez las formas y colores parecen más propias de la ciencia ficción que de aquello que entendemos por naturaleza. Las vistas satelitales de las que parten condensan mucha información mediante sofisticadas codificaciones que pueden resultar opacas para la mirada común, pero que son enormemente reveladoras a los ojos de la ciencia. Es, hasta cierto punto, la visión más completa que pueda tenerse de un fenómeno tan complejo y de gran escala.
Tecnologías como satélites, sensores y radares no solo capturan imágenes de la atmósfera terrestre, sino que también hacen accesibles a la vista humana los espectros de luz infrarroja y de microondas. Tomemos, por ejemplo, el caso de Katrina, capturado durante su momento más letal. La silueta perfectamente circular, el ojo bien definido y la simetría de sus formas nos hablan de un huracán estable, en el que la cortante vertical de viento es mínima y el poder destructor, máximo. La predominancia del rojo indica una baja temperatura de las nubes en su parte más alta y una convección profunda en su interior, lo que se traduce en tormentas intensas y tupidas. Temperatura, lluvias, vientos, capacidad letal… todo está dado en una sola imagen.
Katrina comenzó como una depresión tropical el 23 de agosto de 2005 y alcanzó su potencia máxima como huracán categoría 5 el día 28 del mismo mes. Se estima que ha sido el más destructivo en la historia reciente de los Estados Unidos de Norteamérica, dejando tras de sí alrededor de 1800 muertes y causando un trauma significativo en la memoria colectiva del estado de Luisiana y del país en general. Lejos del drama a pie de calle, la mirada tecnocientífica de la que parte la serie de Huracanes podría marcar un posicionamiento frío y distante; sin embargo, la mirada de Rodríguez aspira a estructurar el caos desde una metodología lúdica.
No me refiero únicamente al hecho de que la estructura de los huracanes parezca estar elaborada como un juguete (con bloques de Lego o a la manera de rompecabezas), sino al hecho mismo de que su espíritu opera desde el juego. El artista reproduce artesanalmente, a mano, la imagen técnica más avanzada, estableciendo así una dialéctica aguda y provocadora entre arte y ciencia, humanidad y máquina, forma y contenido. En otros textos he mencionado que considero los huracanes Rodríguez como auténticos retratos, ya que capturan las particularidades físicas y el "temperamento" de cada uno de ellos: Andrew, Dorian, Irma o Patricia resuenan en la mente como personajes de un mito primitivo y nos teletransportan a la originaria pulsión simbólica de la humanidad.
Así, aunque su fuente primaria es la tecnoimagen, en sus obras prima la creación antes que la ciencia. Si lo anterior es cierto en el caso de los huracanes, lo mismo ocurre con las gemas. El primer caso es un zoom out que se abre, alejándose, para obtener una vista amplia de la situación. El segundo caso es un zoom in que se adentra hasta lo más profundo, concentrándose en lo micro. La operación, sin embargo, se repite a su manera. Hay una fascinación por el caos y después está el juego que intenta estructurarlo.
En sus retratos de gemas, por ejemplo, parte nuevamente de la imagen técnica (las vistas en microscopio) y de principios físicos como la simetría o la refracción de la luz, para crear universos propios y fantásticos, que remiten a la imaginería futurista de la ciencia ficción. En ocasiones tenemos la sensación de estar frente a la explosión de un mineral, un grano de sal o arena, y otras veces la imagen parece la de un asteroide flotando en el espacio. Rodríguez las nombra con concreción (Rubí, Gema), pero también sugiere títulos genéricos como Mineral, abriendo una infinidad de lecturas posibles. La noción de armabilidad, que en la serie de los huracanes está dada por el Lego o la estructura de rompecabezas, en el caso de las gemas se asemeja a un cubo de Rubik y confiere la sensación de un estado de cosas que está estructurado, pero puede cambiar, desmontarse, volver a funcionar de otro modo.
La atracción de Rodríguez por el caos y el descontrol puede rastrearse en la obra del colectivo Los Carpinteros, mediante piezas como la instalación Frío estudio del desastre, que congela el momento de una explosión con sobrecogedora belleza, o las congas que se derriten, transmutándose en materia amorfa. En su trabajo en solitario, y a diferencia de lo que ocurre en aquellas obras, Rodríguez va más allá de plasmar la hecatombe: intenta arreglarla, meterla en orden.
En su video Geometría popular, cien personas gritan y se interpelan unas a otras, pero también ejecutan formaciones que dan lugar a triángulos, círculos y cuadrados. Los cuerpos se alinean sin caer en la coreografía lírica, ni mucho menos en la disciplina marcial que permite las formaciones impolutas de los desfiles militares; aquí el desorden se acomoda a su manera y fluye orgánicamente, sin petrificarse.
El mismo principio subyace en su serie de acuarelas sobre campos de refugiados, pinturas de vistas satelitales de asentamientos humanos surgidos a causa de situaciones límite, como la guerra o las sequías. Los campos de refugiados son un ejemplo más de situaciones entrópicas a las que el ser humano ha intentado conferir un cierto orden, lográndolo solo parcialmente: la sobrepoblación desborda las capacidades de vivienda y servicios, además de que no se ha conseguido que estos sean, como se esperaba, asentamientos temporales y más bien se han convertido en verdaderas ciudades flotantes en medio de la jungla o el desierto. El desmadre se impone sobre la planificación, el juego sobre la técnica… es la vida que se desborda.
Caos, juego y estructura son tres principios que hilvanan la obra de Dagoberto Rodríguez y pueden apreciarse en las piezas que conforman esta exposición. A pesar de que parecen venir de mundos alternativos o de la ciencia ficción, lo cierto es que sus universos pictóricos responden a su interés por asuntos álgidos y concretos, a los que él se aproxima desde perspectivas novedosas, con giros ópticos que posibilitan una diferente comprensión de los sucesos. La dimensión lúdica, por otra parte, revela la necesidad de un escape: cambiar formas y colores, imaginar las cosas de diferente manera. Salir de este mundo para verlo mejor y así entenderlo… o huir hacia adentro y perderse en las profundidades de la materia.
- Diana Cuéllar Ledesma